Pikoletos | La Tribuna del País Vasco | El gran periódico digital del País Vasco

La Tribuna del País Vasco adelanta en exclusiva el prólogo de Juan José Mateos a su libro Pikoletos, de reciente publicación

 

[Img #22290]A finales de los años setenta, un numeroso grupo de guardias civiles, algunos ya gozando de destinos amables después de haber servido en las provincias vascas durante años, decidieron acudir a la llamada de una nueva unidad dentro de la Guardia Civil de la que solo se sabía que iba a ser destinada a las provincias vascas y Navarra para luchar de una manera específica contra los ataques de la ETA.

 

Muchos de aquellos voluntarios habían sufrido el acoso de una organización terrorista incipiente que iba extendiendo su dominio gracias al silencio, al miedo y a algunas complicidades institucionales. En aquellos primeros años, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado fueron las principales víctimas de esta política de exterminio y exclusión social que la banda terrorista impuso, al modo y manera de las mafias, a base de silencio social para callar sus crímenes y con la extorsión económica para financiarse. El escenario de crueldad y sangre de aquellos años, la impotencia de policías y guardias civiles que eran asesinados inmisericordemente, la escasez de medios humanos y técnicos, así como la falta de respuestas políticas fueron las causas determinantes de un repliegue policial que propició la pérdida de contacto con la calle, con la población, y la expansión del dominio etarra, sobre todo en zonas rurales.

A todas luces era evidente que aquellas patrullas rurales de tricornio y capa, típicas de la época franquista, resultaban anacrónicas y poco eficaces para luchar contra una banda terrorista, muchos de cuyos miembros habían recibido adiestramiento militar en distintos países africanos, latinoamericanos o europeos y eran buenos conocedores de las tácticas de guerrilla urbana y, sobre todo, del ataque por la espalda.

La idea de la creación de una unidad de élite enseguida despertó el interés de un puñado de agentes que, en su mayoría, ya habían tenido que recoger demasiados cadáveres de compañeros y amigos en las calles y en los caminos de las provincias vascas y Navarra. Pero, además, se daba la circunstancia histórica de que esa unidad se ponía en marcha acompañando el nacimiento de la democracia en España, con lo que no solo tenía que estar bien formada técnica y policialmente, sino que sus actuaciones debían observar el escrupuloso respeto del Estado de derecho. Algo más que un reto que, por supuesto, fue superado.

Aquel primer periodo de formación de 1979, realizado en condiciones muy duras en la localidad manchega de Argamasilla, no llegó a concluir. El terrible atentado de Ispáster, en el que fueron acribillados a balazos seis compañeros de las patrullas rurales, precipitó la puesta en marcha de la unidad, cuyos componentes embarcaron a toda prisa en aviones militares, para desplazarse hacia el norte y responder a aquella barbarie.

Este libro trata de todo esto, intenta describir cómo aquellos primeros componentes del GAR (Grupo Antiterrorista Rural, hoy Grupo de Acción Rápida) forjaron ese espíritu colectivo de sacrificio, del que luego nos nutrimos todos los que fuimos llegando años más tarde. Intenta ahondar en esa preparación tan especial que tenemos todos los que formamos parte de esta unidad, todos los que superamos el curso de adiestramientos especiales (ADE). Intenta descubrir al lector ese sentimiento de solidaridad y esfuerzo individual que nos llevó a afrontar la lucha cruenta que la ETA impuso durante décadas, que logramos vencer gracias a muchos factores, entre los que, sin duda, la participación activa de los componentes del GAR desempeñó un papel decisivo.

Fue una lucha sin horarios, sin calendarios, sin días y sin noches, que nos llevaba a penetrar en aquellas zonas de exclusivo dominio etarra y pateárnoslas, a recomponer los servicios de información, cebando su base con mucho trabajo, con identificaciones a partir de los controles, con notas informativas de cada sospecha, de cada coche, de cada casa o caserío. Un trabajo titánico cuyo fin era prevenir los atentados, las muertes, empezar a reconquistar el espacio externo. Aquellos hombres del GAR, entre los que también me cuento, dimos protección a cuarteles, a civiles, a compañeros y a sus familiares, a patrullas locales, a eventos sociales de todo tipo, y prestamos auxilio en catástrofes y accidentes.

Ya no éramos aquellos «pikoletos» de pueblo. Éramos una unidad con técnicas novedosas en todo tipo de actuaciones y dispositivos, como los controles en carretera, las protecciones, las limpiezas de itinerarios o caminos, etcétera, a veces con medios que todavía dejaban mucho que desear. Pero es doctrina de la unidad no quejarse. Una unidad que con el paso del tiempo, y gracias a su prestigio, fue requerida para misiones en zonas de conflictos bélicos.

Muchas veces, nuestro trabajo fue invisible, anónimo, no nos daban medallas —nuestras medallas eran el metal incrustado de la metralla en nuestros cuerpos—, pero aseguro al lector que durante las veinticuatro horas del día la secciones del GAR estaban allí, vigilando, controlando, preparadas para entrar en acción y detener a los comandos que venían a asesinar.

Este libro quiere ser una historia de aquellos años, cuenta hechos desconocidos, narra en primera persona, con la voz de sus protagonistas, aquellas acciones que marcaron el carácter de la unidad y se sirve también de fotografías y documentos únicos e inéditos. Estas páginas quieren presentar al lector un enfoque novedoso en la consecución del fin de la ETA a través de la historia del GAR, haciendo especial hincapié en los acontecimientos más importantes que tuvo que vivir esta unidad —para bien y para mal—, también los más dolorosos: la pérdida de sus agentes en atentados terroristas. Si cabe algún consuelo, puedo decir que la ETA nunca nos atacó directamente, sino que, desgraciadamente, caímos en algunas de sus trampas, no dirigidas expresamente hacia la unidad. Siempre estábamos en primera línea y fue imposible evitar todos aquellos ataques perpetrados entre la sombra y la cobardía, con artimañas muy sofisticadas. Nuestras unidades —«los de la boina», como nos conocía el entorno etarra— fueron temidas por los terroristas, según declaraban ellos mismos tras ser detenidos.

Es difícil cuantificar con exactitud en qué medida contribuimos al fin de la banda criminal, pero hay un dato incuestionable: desde que se desplegó la unidad en tierras vascas y en Navarra, los atentados disminuyeron de forma notable. Nunca más se volvió a alcanzar una cifra de muertes como las del año 1980, fecha de nuestro despliegue, en el que la ETA asesinó a casi cien personas. Y a partir de ahí, con algún que otro altibajo, las cifras de asesinatos fueron disminuyendo hasta el año 2011, fecha en la que la organización, acorralada policialmente en Francia y en España, anunció su disolución. Sin duda, ese trabajo silencioso de la unidad en las calles y caminos de la comunidad autónoma vasca y Navarra contribuyó a ello.

Por último, quiero añadir que en el libro cuento una historia inédita. Una historia que hace referencia al empeño personal de que las nuevas generaciones conozcan de primera mano lo que significaron esos más de cincuenta años de terror. Es una lucha contra el olvido, para que el sacrificio de tantas personas no caiga en saco roto. Es una lucha contra el relato que nos quieren imponer, desde sectores nacionalistas, sobre lo que fue la ETA y su entorno. A menudo, desde estos ámbitos, se tiende a equiparar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado con la organización terrorista, por aquellos desgraciados episodios de la mal llamada «guerra sucia» o por alguna actuación de malos tratos o torturas. Lo expreso en el libro y lo adelanto en este prólogo; aquellos fueron hechos lamentables y condenables. Afortunadamente obedecieron a actuaciones aisladas dentro de las fuerzas de seguridad. Si se intentó algún atajo para la lucha contra la ETA, resultó un fracaso, y el Estado democrático actuó. Buena prueba de ello es que fueron encarcelados un Ministro del Interior, un Secretario de Estado y distintos miembros de los estamentos policiales. El caso más doloroso para la Guardia Civil fue sin duda el del exgeneral Galindo, un mando que dio todo en la lucha contra la banda terrorista y que acabó degradado, sin honores y encarcelado por el terrible episodio de las muertes de Lasa y Zabala. A mí me consta que él nunca tuvo nada que ver en esos terribles actos, pero asumió las consecuencias de las actuaciones irregulares de sus subordinados. En un Estado democrático no puede haber dos raseros para medir la violencia, por eso, debemos repudiar aquellas actuaciones, por mucho que se produjeran en un contexto de violencia difícil de soportar.

Fruto de estas reflexiones, entablé conversaciones con un familiar de uno de los dos jóvenes asesinados. Tuve un acercamiento muy interesante que derivó en una sincera amistad. Los dos venimos de mundos diferentes, pero logramos un punto de encuentro. Me pidió visitar el cuartel de Intxaurrondo, por donde su hermano no pasó nunca, y el Palacio de la Cumbre, lugares en los que su familiar fue sometido a tortura y, finalmente asesinado. Yo acepté el reto y él pudo estar allí. Fueron jornadas muy emotivas. Los mandos pidieron perdón por esos hechos en los que la institución nada tuvo que ver y los condenaron tajantemente, como no podía ser de otra manera. Él quiso que le entregara una carta en mano al exgeneral Galindo. Conseguí verlo en persona antes de que falleciera. Pero es mejor que conozcáis las circunstancias de ese encuentro en las páginas del libro.

Hoy en día en las provincias vascas gozamos de una paz impensable hace años. Quiero recalcar que esta situación de relativa normalidad —relativa porque aún la convivencia no es todo lo sencilla que sería deseable— es fruto de la lucha policial. Si la ETA claudicó y desapareció fue gracias a la inmensa tarea que realizaron cada uno de los componentes de las fuerzas de seguridad. En cuanto al GAR, creo que muchos de los pioneros, «los de Argamasilla», afrontaron aquel reto como un destino al que no podían renunciar, fueron héroes trágicos entregando su vida con una determinación y una valentía que aún nos asombran. A ellos, y a todos los demás, a todos los que aportamos nuestro granito de arena, va dedicado este libro. Contra el olvido. Contra la barbarie.

 

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