«El proyecto nacionalista no es que Euskadi salga de España, sino que España salga de Euskadi»
Fernando Savater
En las elecciones de hoy domingo en Euskadi van a faltar muchos votos de ciudadanos que bien quisieran poder participar. Pero no lo harán, precisamente porque no pueden: los que lo tienen radicalmente imposible son los asesinados por la banda terrorista ETA, a la que el joven candidato Ochandiano llama asépticamente «grupo armado», quienes tendrían el mayor interés en hacerse oír en el tumulto sectario y frívolo de los comicios pero ya nunca volverán a ser escuchados. Tampoco votarán las decenas de miles que han debido abandonar el País Vasco –tan verde, tan bonito, donde se zampa tan bien- porque no querían sufrir más amenazas, o el ambiente de verbena sanguinaria se les hacía irrespirable o no soportaban la idea de que sus hijos se educasen entre jaleadores de asesinos y enemigos de su lengua materna. Y muchos no votarán porque, ¿saben ustedes?, ya para qué, si todo el pescado está vendido, si los oportunistas que son siempre mayoría saben que para prosperar hay que poner cara triste ante las víctimas –siempre que no sean demasiado de derechas- pero hacer negocios con los verdugos o sus amigos, que son los que van ganando. Ahora son otros tiempos, ETA ya no mata a sus adversarios (ahora los «cancela» socialmente, se han hecho más modernos) y Bildu –con su Sortu dentro- ya es visto por los jóvenes como un partido perfectamente normal, lo que pone muy contento a Azpiolea.
¿Qué muchos van a quedarse sin votar? Pues bueno, pues mejor. Como claramente ha dicho el archipámpano Ortuzar, cuyo objetivo político es que los vascos sigan siendo vascos durante siglos y siglos (no sé cuántos siglos se propone vivir él), el proyecto nacionalista no es que Euskadi salga de España, sino que España salga de Euskadi. En eso se diferencia un poco –sólo un poco- de los bildutarras, que pretenden echar a los españoles o a los que no fingen haber dejado de serlo, para concretar su limpieza étnica. Hay que llamar a las cosas por su nombre: limpieza étnica. Ese es el último objetivo de los nacionalistas, que unos quieren conseguir gradualmente y otros imponer por la fuerza. Pero sea cual fuere el método empleado, no es un propósito limpiamente democrático y se equivocan quienes creen que lo único malo de los etarras fue la violencia que utilizaron. No, almas de cántaro, no basta con pedirles que condenen el terrorismo (cosa que por otra parte tampoco piensan hacer porque para ellos y sus votantes es el certificado de su fe): habría que pedirles a ellos y a sus mentores peneuvistas que renunciasen públicamente a llevar a cabo la limpieza étnica que pretenden, que es su objetivo y su razón de ser. Si se acepta que esa limpieza étnica es lícita ideológicamente en un Estado democrático, ya da igual que no se condene la violencia porque habrá que resignarse a ella de un modo u otro. ¿O es que va a exigirse a esa España y esos españoles que deben irse según los criterios nacionalistas de Euskadi que renuncien a su tierra mansamente y sin rechistar? Oiga, perdone, que no todos somos socialistas sanchistas: lamento darles la mala noticia de que no pensamos resignarnos.
«A los bildutarras no basta con pedirles que condenen el terrorismo: habría que pedirles a ellos y a sus mentores peneuvistas que renunciasen públicamente a llevar a cabo la limpieza étnica que pretenden, que es su objetivo y su razón de ser»
A continuación transcribo el prólogo que he escrito para el interesante libro Inocentes de Juan José Mateos (ediciones Arzalia) cuyo subtítulo revelador es «Las otras víctimas de la ETA». Recomiendo su lectura y también una reflexión más allá de urgencias electorales sobre lo que pasa, lo que va a pasar y lo que puede llegar a pasar en el País Vasco.
A modo de prólogo:
Escribo estas líneas amistosas a título de excepción. Hace ya bastantes años que he renunciado a escribir prólogos a obras de autores españoles. El motivo es que me piden tres o cuatro al mes y a veces esos autores son amigos o conocidos con los que tengo cierto compromiso. Si accediese a todas las peticiones no haría nada más en la vida y la verdad, no es plan. De modo que la única forma de evitar los agravios comparativos es no hacer ninguno y santas pascuas.
Pero violo este sano principio hoy por dos razones de peso. La primera es que el autor de este libro, Juan José Mateos San José, es un guardia civil y que además sirvió en Euskadi en la época que ahora nadie quiere recordar. Para mí, ser guardia civil no es cualquier cosa: es un título de honor como muy pocos. El agradecimiento que los vascos españoles que padecimos el terrorismo debemos sentir por la Guardia Civil es más de lo que puede expresarse con unas cuantas fórmulas de compromiso. No creo haber sido el único que algunas noches me dormí y algunas mañanas me desperté pensando con alivio: «Aún nos queda la Guardia Civil». Eso no voy a olvidarlo. Ni su admirable sacrificio, ni la dignidad con que acudían a los funerales de sus compañeros caídos en defensa de nosotros, los ciudadanos opuestos al separatismo. Y me indigno hoy de que estos abnegados servidores de lo público tengan que salir a la calle en manifestación para reivindicar (junto a la Policía Nacional) igualdad de sueldos y pensiones con otros cuerpos de seguridad locales que desde luego no tienen más méritos que ellos.
Además de la calidad del autor, está también el tema del libro. Que es la crónica de lo que fueron los infames años del auge de ETA y sus sayones. Una auténtica tiranía del terror. No se crean las disculpas amnésicas de los que pretenden que ETA ya es puro y simple pasado, que nada tiene que ver con nuestro presente. Esos amnésicos suelen ser los mismos que recuerdan a sus adversarios ideológicos puntillosamente cualquier exabrupto machista de hace veinte años o cualquier inspección de Hacienda con resultado irregular de una prima carnal. No, la historia en detalle de ETA y sus cómplices -¡tántos cómplices!- debe ser recordada porque aún es el mayor mérito que disimuladamente los separatistas exhiben para prestigiarse y ganar los votos de las nuevas generaciones. Nosotros, los vascos españoles y constitucionalistas, debemos recordarla para que sepamos a quién nunca debemos votar en el País Vasco, aunque se presenten bajo la piel de oveja que ahora les parezca más favorecedora.
Este es un libro útil y que, digan lo que digan los conformistas (por no llamarles cómplices), sigue siendo necesario.
Por eso yo felicito a su autor y he querido apoyarle con estas líneas.